Pero tal vez es exagerado. Lo que seguramente debo a su frecuentación es el asco a ciertas costumbres viciosas, a ciertos tics del comportamiento social. Mi rebeldía, por ejemplo, a admitir calificaciones de las gentes a partir de trivialidades o a aceptar con una sonrisa el libre intercambio de la maledicencia a condición de que no llegue demasiado lejos o a mantener en continuo movimiento un turno de superficiales prelaciones afectivas que se alimenta por conspiración. Rastros todos de una tradición conventual (p. 173, Memorias, Carlos Barral, 2001 Ed. Península).
Estoy leyendo estos días las Memorias de Carlos Barral y lo más interesante de momento son los episodios de la infancia y la juventud en una España gris, cenicienta, calcinada y anodina. ¿Hacia ahí regresamos?
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