Anoche tuve un sueño curioso. Reviví mi adolescencia (muy probable resultado de haber estado viendo viejas fotografías). El entorno, ¡Oh, imaginación!, era una mezcla entre pueblo marinero gallego y Buenos Aires, y se combinaban calles intrincadas y angostas de casas azulejadas con las anchas y luminosas avenidas del barrio en el que crecí. Había en mi sueño bastante gente, pero no la reconozco. No sé si eran personas olvidadas o potpourris creados por mi subconsciente. Estábamos reunidos, o de copas, o viajando en coche, todos hablando. Pero lo mas real del sueño era la sensación, un sentimiento que me ha acompañado toda mi vida: el de no encajar. Muchas veces era algo notable, «¿que hago yo aquí?» , otras no, y me emocionaba, solo para caer tarde o temprano en la desilusión. Y es que me ha costado años y viajes entenderlo: algunos somos extranjeros, y eso tiene poco que ver con el país en el que hayamos nacido. Los extranjeros pueden acercarse a los grupos locales, interactuar, compo...