Leyendo Diario de la galera de Imre Kertész me encontré esta reflexión con la cual estoy muy familiarizada. ¿Qué es la vida?
La vida: tiempo que pasamos dedicados a cosas en gran parte superfluas. La característica principal del «santo» no es quizá la obsesión, la monomanía, sino el terror a perder el tiempo. El tiempo lleva el sello de lo insustancial, hasta que se cumple su terrible mandato, la senectud y la muerte. En Europa todo se resuelve con el trabajo o, mejor dicho, con el servicio laboral. Pasar por el paso subterráneo y darse de bruces con el trajín. ¿Adonde van tan deprisa? No es una pregunta barata referida a la muerte; se trata de que lo insustancial les resulta tan importante. Levantarse por la mañana, la higiene, la familia, los medios de transporte, ocho horas de trabajo —en su mayoría actividades insustanciales que no forman parte de la existencia—, luego la compra, más medios de transporte, un poco de diversión—que no afecte a la existencia, de ser posible—, en el mejor de los casos un acto sexual y, por último, el sueño o el insomnio. Viven sus vidas sin participar de ellas en absoluto, y al final, a pesar de todo, han de ver cuanto ocurre como aquello que es: como sus vidas. Finalmente he conseguido escapar al destino impersonal; mi aventura más grande soy yo, a pesar de todo. Tal como lo he pensado y como lo he construido. El desafío: a despecho de todo. Trabajando abajo, en las profundidades de la mina; en silencio, apretando los dientes. Ahora, aunque sigo «ocurriendo», básicamente he acabado; han pasado cincuenta y cinco años y la muerte puede llevarme en cualquier momento.
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