Argentina es un país productor de comida. Por eso la pregunta que uno escucha mas veces es: «¿cómo puede ser que en Argentina se pase hambre?». La respuesta solía ir siempre por los mismos derroteros: la corrupción, el gobierno, los yankis… Casi era una reacción inconsciente, un impulso eléctrico que se dispara desde el bulbo raquídeo y ejecuta la vocalización de una respuesta que contenga las palabras politicos, ladrones, corruptos, y algunas otras de carácter variable como policía, deuda externa, benneton…
La verdad, negar la corrupción sería una tontería, pero no menos estúpido es quedarse con esa explicación como si se hubiese enunciado la ley de la gravedad.
Hoy la situación resulta paradójica: La economía se encuentra bastante estabilizada, también la política, y resulta que los productores agropecuarios, viviendo una situación de bonanza con muy buenos ingresos por las exportaciones, han decidido dejar sin comida al país porque quieren exportarlo todo.
Recientemente se ha visto a los camiones lecheros tirar la leche al costado de las rutas, porque los piquetes no les dejaban llegar a destino. Sobra decir que la leche no dejará de llegar a las tazas de los hijos de las señoras bien que salen a sacudir cacerolas reclamando un beneficio máximo para sus inversiones en el campo. Las tazas que se quedan vacías son siempre las mismas.
Muchos se llenan la boca hablando de nacionalismo, se ponen la camiseta de la selección y salen a la calle sacudiendo una banderita de plástico. Pero de solidaridad no han oído hablar en su vida. A lo mejor lo han oído en la iglesia, pero siempre con la muletilla de «la solidaridad empieza por casa», que les encanta (porque los curas siempre tienen un mensaje a gusto de cada interlocutor), y la dejan ahí, entre las cuatro paredes de su chalét o las cuatro puertas de su camioneta. Esos mismos nacionalistas hoy quieren que en Argentina la comida sea mas cara, mas inaccesible.
Conviene no olvidarse que los que hoy se manifiestan son los que antes exigían mano dura, los que disfrutaron la fiesta del libre mercado, y antes la fiesta de la dictadura, y podríamos seguir tirando de los mismos apellidos doscientos años y muchas fiestas hacia atrás.
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